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Afrontar la sequía exige una transición hidrológica en la que, al modo de la energética, se incorporen al mix hídrico fuentes alternativas a las actuales: aguas superficiales y aguas subterráneas a las que se suman aguas desaladas y aguas regeneradas.
El agua y el cambio climático están estrechamente relacionados. Tal y como señala Naciones Unidas, la mayor parte de los impactos del cambio climático reducen la disponibilidad de agua: desde patrones de precipitación impredecibles hasta la reducción de las capas de hielo, pasando por el aumento del nivel del mar, inundaciones y sequías.
Esta reducción del agua disponible es particularmente grave teniendo en cuenta que solo el 0,5% del agua presente en la Tierra es agua dulce, utilizable y disponible. Según datos de la Organización Meteorológica Mundial, en los últimos veinte años, el almacenamiento de agua terrestre, incluyendo la humedad del suelo, la nieve y el hielo, ha disminuido a un ritmo de 1 cm por año, con consecuencias importantes para la seguridad hídrica.