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La primavera se desplegará en breve con su esplendor característico: los árboles reverdecen, las flores despiertan y la naturaleza se renueva. Pero tras esta aparente armonía, se esconde un dilema complejo que enfrentan nuestras ciudades modernas: ¿cómo equilibrar las necesidades de “reverdificación” y adaptación al cambio climático con las expectativas y hábitos de los ciudadanos?
Consultor en sostenibilidad y resiliencia urbana, experto en economía circular, ESG y desarrollo sostenible
Cada año, cuando la primavera asoma tímidamente, los ciudadanos esperan ansiosos que los parques, zonas verdes y alcorques sean desbrozados y limpiados. El desbroce llega a veces a ser una verdadera obsesión ciudadana... Las “malas hierbas” son eliminadas sin piedad, como si fueran intrusas en un jardín perfecto. Sin embargo, esta vegetación ruderal o espontánea, a menudo menospreciada, pero siempre valiente y obstinada en ocupar su espacio, tiene un papel crucial en el ecosistema urbano.
Las “malas hierbas” no son simplemente molestias visuales; son agentes de biodiversidad. Fomentan la polinización, atraen insectos beneficiosos y contribuyen a la salud del suelo. Al eliminarlas, privamos a nuestra ciudad de estos beneficios sistémicos. Es hora de replantearnos nuestra relación con estas humildes plantas.
Históricamente, el planeamiento urbano no ha considerado adecuadamente tampoco la importancia de la vegetación. Las especies arbóreas se seleccionaban sin criterio, a menudo por promotores inmobiliarios más preocupados por la estética o simplemente el precio que por la funcionalidad. ¿Cuántas veces hemos visto árboles inadecuados para el entorno urbano, como especies caducas plantadas en calles donde la sombra es bienvenida durante todo el año o al revés, especies de hoja perenne en calles estrechas o con edificios altos, que en invierno agradecerían mucho algo más de luz y calor?
La falta de planificación estratégica en estas materias medioambientales o de sostenibilidad en tiempos pasados, ha dejado a nuestras ciudades con un legado de árboles mal ubicados y una gestión de zonas verdes que no siempre lograba superar esos retos que eran “de nacimiento” o conceptuales. Los responsables municipales actuales se enfrentan al enorme desafío de equilibrar esta realidad compleja con las demandas de una gestión técnica moderna y la urgencia climática.
Los ciudadanos, por su parte, tienen sus propias expectativas. Muchos consideran que los árboles son “demasiados”. Se quejan de que les obstruyen las vistas, les roban la luz del sol y atraen insectos y “bichos” en forma de invitados no deseados en sus viviendas. La “basura” que cae de los árboles, como resina, polvo y hojas, que ensucian aceras y vehículos estacionados, también es motivo de disgusto. En Málaga son paradigmáticas de ese dilema las abundantes y bellas jacarandas, que unos alaban y admiran mientras otros odian y maldicen...
Pero aquí radica la paradoja: ¿cómo satisfacer las necesidades de “reverdificación” y al mismo tiempo complacer a los ciudadanos? Los responsables municipales deben hacer malabares para encontrar un equilibrio. La gestión moderna de zonas verdes debe considerar tanto la salud del ecosistema como las expectativas de la comunidad.