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E l pasado mes de marzo, las Naciones Unidas celebraron una reunión sobre el agua, la segunda de este tipo en casi medio siglo. Ahora, el mundo ha vuelto a reunirse para la COP28 en Dubái, y la lista de conferencias de este tipo sigue creciendo. Sin embargo, si nada cambia aparte del clima, cabe preguntarse si realmente comprendemos la gravedad de nuestro desarrollo y nuestra falta de planificación. Aunque con frecuencia exponemos hechos y describimos los problemas a los que nos enfrentamos, rara vez hacemos pivotar la narración hacia planes, decisiones y soluciones concretas. A menudo me pregunto si realmente entendemos el agua tanto como hablamos de ella.
A pesar de que la Tierra está cubierta en un 70% por aguas oceánicas -hecho que da a nuestro planeta su aspecto azul desde el espacio-, esta capa acuosa es increíblemente delgada en relación con el volumen total de la Tierra. Para visualizarlo: si juntáramos toda el agua salada en una esfera, sólo tendría unos 1.385 km de diámetro. Si hiciéramos lo mismo con toda el agua dulce, tendríamos una esfera de 272 km de diámetro, y el agua a la que realmente podemos acceder y utilizar formaría una bola de apenas 56 km, aproximadamente del tamaño de las Islas Canarias. Esta esfera de 56 kilómetros permanece relativamente constante gracias al ciclo hidrológico. Resulta desconcertante que, con todos nuestros avances tecnológicos, sigamos dependiendo del ciclo del agua para regular su producción en los lugares que elegimos para asentarnos o producir alimentos. Es especialmente importante tener esto en cuenta, ya que en 2050 nuestra población será un 20% mayor que la actual, y nuestros hábitos de consumo están aumentando, no disminuyendo. ¿Cómo podemos ser más numerosos, consumir más y, sin embargo, responsabilizar al ciclo del agua de no tener agua suficiente?