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Hoy en día existe una gran demanda social que requiere un mayor esfuerzo para explorar alternativas energéticas limpias y renovables. La producción sostenible de hidrógeno juega un papel muy importante en el desarrollo del nuevo modelo energético. Uno de los enfoques más interesantes en este contexto es la obtención de biohidrógeno mediante la conversión de biomasa residual, una fuente abundante y renovable.
La transición energética no es algo que vaya a esperar hasta la próxima década. Al contrario, es un proceso en el que ya estamos profundamente inmersos. Actualmente asistimos a una crisis climática global y las discusiones públicas de hoy están dirigidas a mitigar sus consecuencias y adaptarse a nuevos escenarios. El desarrollo humano en el siglo pasado, y en lo que va de este siglo, ha estado totalmente ligado al uso de combustibles fósiles, lo que ha supuesto de forma irrefutable un importante avance tecnológico en poco tiempo, pero uno de los principales inconvenientes asociados ha sido el aumento de la contaminación a tal escala que la Tierra no podría soportar más sin considerar las consecuencias. Actualmente, estos efectos negativos son visibles de muchas maneras, las más notables relacionadas con el cambio climático. A los ojos de la sociedad, el cambio climático representa el principal argumento para una transición energética, que muchas veces se percibe como no rentable desde el punto de vista financiero, pero como un cambio necesario en beneficio de la humanidad.
El paso principal hacia la creación de una sociedad neutra en carbono es la implementación de fuentes de energía renovables como reemplazo de los combustibles fósiles. La tecnología del hidrógeno, con sus múltiples avances, ha sido reconocida, desde un principio, como una de las opciones más prometedoras, tanto por la comunidad científica como por agencias y administraciones internacionales [1].