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Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en 2050 la producción mundial de alimentos debería haberse incrementado en un 70 por ciento para satisfacer el aumento demográfico y los requerimientos de la población esperados para entonces.
Sin embargo, se da la paradoja de que cada año se desperdician más de 1.300 millones de toneladas de alimentos en todo mundo, lo que supone un tercio de la producción global. Esto, en términos monetarios, supone cerca de 1 billón de euros en costes económicos, 700.000 millones de euros en costes ambientales y alrededor de 900.000 millones de euros en costes sociales.
Las pérdidas y el desperdicio de alimentos pueden ocurrir en todos los eslabones de la cadena alimentaria: en la granja, en las industrias de procesamiento, en la fase de distribución, en comedores y restaurantes y en los hogares de los propios consumidores. Las causas no son siempre las mismas y varían según el tipo de producto, la etapa de producción, el modo de almacenamiento, el transporte, el embalaje y los hábitos o la falta de conciencia de los consumidores.
Las pérdidas y el desperdicio de alimentos no solo representan, desde una perspectiva global, una oportunidad perdida de alimentar a una población mundial en crecimiento, sino que, en el contexto económico actual, en el que la sociedad atraviesa momentos difíciles con un aumento del número de personas en situación de vulnerabilidad social, la reducción de este desperdicio de alimentos sería un paso preliminar importante para combatir el hambre y mejorar el nivel de nutrición de las poblaciones más desfavorecidas.