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Las últimas noticias sobre lo que a todas luces parece ser el estallido de una guerra comercial entre Estados Unidos y China sitúa a Europa en la encrucijada de cómo asentar los cimientos de una recuperación económica que nos haga mirar al futuro sin la incertidumbre de la grave crisis ya superada. Más aún en el caso de España, cuya tasa de paro y su elevada deuda pública siguen alertando a Bruselas.
La única solución factible al proteccionismo comercial parece venir del cambio de un modelo lineal a uno circular, que reduzca significativamente la actual dependencia energética y de materias primas en la Eurozona. Por eso, cuando escucho a expertos en economía, o a los habituales tertulianos que copan los espacios en las principales cadenas televisivas y radiofónicas, debatir sobre ese espíritu pesimista que vuelve a situarse en el Viejo Continente, no puedo hacer otra cosa que alegrarme. Lo hago porque, como ya explicaba José Saramago, los únicos interesados en cambiar el mundo son los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay.